Les comparto un extracto del libro 2 de la saga "El Soliloquio de una Flama Creciente", libro llamado "El Príncipe de la Malicia", secuela del primer libro de la saga llamado "El Lóbrego Pastor".
El libro 2 estará a la venta en Octubre del 2012, por lo cual, si no han incursionado por el libro 1, aquí mismo les dejo el enlace a él:
El Lóbrego Pastor: Libro 1 (dividido en 2 partes) de la saga "El Soliloquio de una Flama Creciente".
Sin decir más, aquí les presento el extracto con gusto:
La superficie solar estaba cálida, pero no astringente. Los rayos del sol emitían una gama excéntrica de tonos luminiscentes, y sin embargo, aquellos no limitaban a los ojos el poder degustarlos. La superficie solar era de algún modo, rígida, y sin embargo, poseía al mismo tiempo las propiedades de una superficie elástica. De vez en cuando emergía de la superficie solar un erupción de fuego, cual viajaba en un arco divino, cual viajaba de vuelta a pegar a cierta distancia de su punto de origen. Pequeñas partículas de luz flotaban a su alrededor, como polvo estelar, iluminadas incandescentemente e intermitentemente; potenciadas por algún motor primario céntrico y desconocido cual las hacía brillar.
Una de las partículas que flotaba a su alrededor lo hacía de una manera regular y predecible. Aquella poseía, de la misma manera notoria, un par de alas que batían de arriba hacia abajo periódicamente. Aquella partícula brillaba un tanto más blanquecina que las demás, pues su luz no era del mismo tono solar anaranjado amarillento, sino más clarividente.
Le pareció exageradamente curioso el realizar que aquella lucecilla circulaba a su alrededor, como si le protegiese en contra de algo. Es así que decidió caminar sobre la esfera solar, aquella lucecilla siguiéndole su cada paso. La superficie solar se modificaba con cada paso, pues se hacía más oscura en cada lugar donde pisaba. Caminó y caminó por horas, sintió él, y sin embargo, no llegaba a ningún lado claro.
En una ocasión decidió detenerse y admirar el horizonte. A doquier que viese, observaba miles de millones de luces brillar al distante. No importase en qué dirección viese, el todo estaba repleto de aquellas luces. Estaba fascinado por ellas, ya que algunas de aquellas estaban tan pero tan distantes, que apenas si las podía divisar. Otras estaban más cercanas, y al escrutarlas, notaba que no se trataban, de hecho, de una sola lucecilla, sino de un conjunto de miles de lucecillas unificadas para generar a una más potente. Aquél conjunto de lucecillas, notó él, tenía la forma de un espiral. Otras lucecillas reunidas conformaban a una esfera, otras a algo parecido a un reloj de arena.
Inició a caminar de nuevo, encontrando cada vez a más y más lucecillas dispersas en el cielo. Estaba completamente fascinado de realizar que estaba rodeado de ellas. Fue pronto que cayó en cuenta que el sol sobre el cual caminaba, no era uno muy grande, ya que cada vez que daba un paso, alcanzaba a una nueva porción del horizonte. Se recostó sobre el sol, experimentando su circumferencia, y en efecto comprobó que él mismo se curveaba al estar recostado sobre aquél. Es así que concluyó, que en efecto, se trataba de un sol extremadamente pequeño.
Sintió al sol serle propio. Por alguna razón no sintió del todo extraño pensar en que el sol le pertenecía. Era suyo, se decía. Pero no, le respondía cierta parte de sí, no es tuyo sino tú eres el sol. La otra pate de sí le contraponía, entonces si yo me poseo, y yo sol el sol, en efecto yo mismo me poseo, por lo tanto el sol es mío. Y es así que el argumento finalizó, aceptando la noción de que el sol y él eran uno.
Fue luego de un tiempo transcurrido que se le ocurrió una idea, la de sumergirse entre el sol. Por su puesto, eso significaría sumergirse dentro de sí mismo, pensó, algo que no le pareció del todo extraño.
Colocó sus manos en forma de flecha, es decir, sus manos sobre su cabeza y palmas juntas, dedos apuntando al lado opuesto de sus talones; y pegando un brinco, se hizo un semi-arco, y se dejó llevar por el efecto de la gravedad.
Se sumergió de inmediato entre el sol, la superficie le dio paso a adentrarse entre su masa. La lucecilla con alas que le circulaba, de manera extraña, le había seguido, y allí mismo con él flotaba entre la masa interna del sol. Estaba rodeado de un líquido amarillento y caliente. No era astringente de ninguna manera, sino acogedor. El líquido era parcialmente claro, por lo cual podía ver de borde a borde dentro de la esfera. La superficie del sol era traslúcida, por lo cual ver a través de aquella no le fue del todo difícil. Miraba vagamente el titilar de las miles de lucecillas en el horizonte. Estaba fascinado, y parte de sí deseaba salir de nuevo a la superficie a contemplarlas, mientras que la otra parte, deseaba mantenerse dentro de aquella, gozando del líquido cándido.
Decidió permanecer entre la esfera, gozando de su comodidad. Sintió la extraña sensación de que debía de inhalar algo por la nariz y expandir su tórax. Sin embargo, por más raro que le pareciese, no lo tuvo que hacer, ya que en ningún momento sintió que le hacía falta algo. Quizá era el remanente de algún recuerdo, de alguna otra época, en algún otro mundo.
Tiempo. ¿Qué es el tiempo?, se preguntó. No supo responderse a la pregunta y la misma le pareció extraña. Tiempo. La palabra resonó en su mente y rebotó por cada remoto recoveco de aquella. Ecos de un tiempo previo le regresaron en un chispazo, y luego, desaparecieron. Tiempo. La palabra le hizo sentir que lago debía de estar pasando, pero nada pasó.
Se mantuvo acurrucado por largos momentos. Cuando la satisfacción de estar entre la esfera se cumplió, no supo qué hacer consigo mismo. Se cambió de posición, pero no le ayudó a sentir una disminución de una creciente frustración. Se cambió, nuevamente, de posición, pero le fue de poca ayuda, ya que la frustración acrecentaba con el paso del tiempo. Tiempo. La palabra resonó nuevamente en su mente, y no supo que hacer con ella.
No pasaba nada, pensó. Algo debía de pasar, pero no pasaba. El tiempo no pasaba, pensó. Pero, ¿qué es el tiempo?, se preguntó. Si esperaba cambios y el cambio se llamaba tiempo, entonces el tiempo es cambio, concluyó. Es así que solidificó aquella definición en su mente y buscó por cambios. Se cambió de posición, pero no sintió algo más pasar. Es así que concluyó que el mero cambio de algo no era suficiente para decir que era tiempo. Debía de haber algo más entonces al enigma del tiempo. Algo más que meramente las propiedades de una singular cosa debían de variar. Quizá el todo debía de estar regido por alguna regla generalizada que les permitiese evolucionar a su paso, es pues que cada cosa debería de tener su manera específica de variar. Eso debería de ser tiempo.
Nada variaba y todo se mantenía igual. Concluyó entonces que adonde estaba, no había tiempo. El tiempo estaba descansando o el tiempo estaba muerto; el hecho es que el tiempo no estaba y por ende faltaba algo por hacer al respecto.
Al solidificar aquella definición, algo en su mente se encendió, por acto de algún milagro o sepa quién qué propiedad del pensamiento mismo. Pasado, presente, y futuro entraron en juego. ¿Qué diablos sería eso? Ahora habían cuatro variables en su mente, incluyendo al tiempo. El tiempo, de alguna manera, poseía pasado, presente, y futuro. Si no había tiempo, entonces no había ni pasado, ni presente, ni futuro. ¡Estaba en un universo atemporal! Podría entonces estar en cualquier momento de la existencia del universo en el cual estaba, es decir, podría estar en el pasado, en el futuro, siendo su presencia en una de las dos previas su presente. ¿Cómo definiría si estaba en pasado o futuro, si no había con qué compararlo? No lo supo decir.
Algo en su mente se activó y dio, sin hablar, una orden. El sol se empezó a mover sin algún esfuerzo, flotando entre aquél espacio entre el cual estaba suspendido. Cobró una velocidad grotesca, y viajó por lo desconocido.
Paul Andreas Wunderlich
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